La lectura de la entrevista realizada a Saturnino de la Torre, catedrático de Didáctica e Innovación Educativa en la UB, en el periódico la Vanguardia el pasado mes de marzo, incita a realizar una reflexión sobre lo que verdaderamente significa la palabra “educar”.
Pues bien, si buscamos este verbo en cualquier diccionario nos lo definirá como “desarrollar las facultades intelectuales, morales y afectivas de una persona”. Sin embargo, y aunque la definición es bastante buena, desde mi punto de vista creo que el papel de los educadores, maestros y padres, va más allá de eso. En mi opinión, educar es sacar las capacidades y la bondad que hay en las personas, como dice de la Torre, y no solo inculcar el aprendizaje de ello, ya que la teoría sin la práctica no sirve de nada. Pero sobretodo, es ayudar a los alumnos a valorarse y saber sacar de cada uno, lo mejor que llevan dentro, ya que eso fomentará su interés por el aprendizaje.
Los maestros y más tarde los profesores deben tener un objetivo común a pesar de que trabajen con personas de edades muy diferentes, y es que sus estudiantes desarrollen la creatividad y la conserven a lo largo de toda su vida. Quizás con los niños más pequeños trabajar esto es más fácil, sin embargo hay un sinfín de recursos que ayudan a que las clases sean más amenas y motivantes para los alumnos, sean de la edad que sean.
El cambio fundamental, por tanto, debe venir de los profesores, ya que son éstos los que tienen que trabajar y esforzarse por ofrecer a sus alumnos una educación basada en la experimentación, en el autoaprendizaje y en la creatividad, con el objetivo de que los niños u adolescentes se formen en habilidades, actitudes, hábitos y competencias básicas que puedan poner en práctica a lo largo de toda su vida.
Los niños de hoy son el futuro del mañana, tenemos la obligación de educarlos en las capacidades y en la bondad.
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